Acerca de la reforma de la plaza del Grano (León) tengo más dudas que certezas, entre ellas la primera con este escrito. Tengo el compromiso y la contradicción de compartir mi punto de vista desde lo personal, lo profesional y como ciudadano. Pero en este momento, mucho me temo sea insignificante en el mejor de los casos, ignorada, no procedente, aporte más ruido o lo peor que fuera interpretada como parte o contraria de alguna de las dos posiciones. Lamentablemente no hay (o no encuentro) espacios ni físicos ni virtuales para el consenso ni tan siquiera se atisba una tercera vía que resuelva la situación. Mucho menos ahora, que el diálogo se plantea entre maquinaria pesada y flores entre las piedras.
No pretendo ponerme a la altura de los grandes personajes que han opinado o enmendar a a los técnicos, plataformas, vecinos e instituciones. Pero nadie es menos. Solo espero aportar una opinión.
Si pudiéramos viajar en el tiempo, no mucho, a 2011 antes de que el ayuntamiento convocara el concurso para la reforma de la plaza, sería el momento para haber iniciado un proceso de diálogo sobre la reforma de esta plaza, con el objetivo de consensuar unas determinaciones técnicas, para un posterior proyecto ejecutivo. Sin embargo quien pudo iniciarlo, el Ayuntamiento de León y la Junta de Castilla y León, no lo hicieron. Quizá se consideraron con la legitimidad para actuar sobre algo de todos, que les superará en el tiempo y en valor.
En ese hipotético proceso, se podría comenzar por analizar los aciertos y errores en los últimos 30 años, para fomentarlos o corregirlos respectivamente. Sin duda Ayuntamiento y Junta tendrían que hacer, cuanto menos, una considerable autocrítica. En ese diálogo habría que valorar nuevas demandas a las que todo espacio público debe de responder, porque es en definitiva lo que estamos discutiendo: el derecho a disfrutar de un lugar de todos y para todos. La plaza del Grano es una ventana abierta a un paisaje desaparecido, un lugar que no necesita más que ser contemplado para entender lo que fuimos para ser lo que somos. Es memoria e identidad. Un lugar perfecto para que no pase nada más. No todas las plazas tienen que ser un bullicio ni resultar económicamente rentables. Estamos ante un reto único, ya que el pavimento diseñado para una plaza de mercado, ya desaparecido, ha generado un atractivo vacío pero que no es precisamente fácil de transitar, especialmente para vehículos. Se precisa recorrer sin prisa y con cuidado, todo un contramanifiesto contemporáneo. Sin duda alterar esta condición significaría una gran pérdida y una derrota para la ciudad a escala humana. El futuro de este espacio es un reto mayor de lo que imaginamos.
Tenemos derecho al patrimonio y el deber, en que algo que nos ha llegado de nuestros abuelos, pueda pasar a nuestros nietos. También cada día nos ganamos o estamos ganando más derechos, entre ellos a la accesibilidad, en donde la diversidad sea la normalidad.
Es cierto que accesibilidad y patrimonio están en un permanente estado de conflicto, apoyado en una legislación en la que por conservar la esencia, integridad o valor de un elemento protegido queda exento de cumplir normas de accesibilidad, sin término medio. Aunque siendo estrictos, la exención llega una vez se presenta una propuesta, es decir que hay un campo para la investigación y el diseño cooperativo antes de decir no se puede (20.06.2017 edito: véase en el caso de Las LLanas en Burgos). Una intervención contraria al valor del recurso puede alterar un elemento patrimonial, pero en este caso no ha habido espacio para la reflexión, ni tan siquiera validación de la solución planteada. Existe tanta diversidad en el patrimonio y en nosotros mismos, como soluciones o acuerdos. Se ha hurtado un necesario debate y un necesario proceso de empoderamiento donde sea la ciudadanía quien plantee una demanda cohesionada. Si en este proceso no estamos todos no es universalmente válido.
¿Qué peso tendrá el turismo inclusivo en el futuro? ¿en el presente? ¿Por qué existe ese miedo a alterar nuestro patrimonio? Resulta contradictorio que siendo la principal actividad económica de nuestra ciudad, la que todos “intentan potenciar”, sin embargo estemos por limitar sus posibilidades.
¿Solo podrán disfrutar o transmitir el patrimonio un determinado colectivo? existen muchas alternativas para hacer disfrutar a todos de la Plaza del Grano, pero sin duda la estrategia para alcanzarlo, asumido el vacío legal, se construye a través de una sociedad en la que tanto se valore la accesibilidad como el patrimonio.
Aún a riesgo de parecer doctrinal o engreído, considero que una ciudad que es incapaz de en este proyecto ni tan siquiera dialogar entorno a la accesibilidad está demostrando insensibilidad, tanto por sus inanes, chapuceras y alejadas instituciones como por movimientos ciudadanos, que no han asumido el derecho a la accesibilidad como tema a solucionar sino a descartar. Estoy seguro que en otros ámbitos u otros lugares son beligerantes, ¿por qué en este caso no?
Existen entidades, federaciones e incluso consejos municipales de la accesibilidad, a los que cuanto menos consultar, e idealmente, a los que hacer partícipes del problema y de la solución. Es cierto que preferiría una paralización de la obras, y volver al año 2011. Esto me acerca más a la plataforma Salvemos la Plaza del Grano pero estoy confundido sobre en el mensaje y el tratamiento de la accesibilidad.
Habría que preguntarse porque las mismas instituciones que promueven una intervención en 1989, seguramente menos participada que la actual, pero continuista, delicada y respetuosa pase a estar en una posición opuesta. ¿Existe una dejación predeterminada en la protección y defensa del patrimonio? ¿Se está empujando a colectivos a exponerse y quemarse de manera pública y continua, para a continuación azuzar la estigmatización y la confrontación?. Véase la guerra de pancartas… Los medios asisten y avivan la confusión, en el mejor de los casos de manera bienintencionada.
La sensibilidad sobre el patrimonio y el derecho a la ciudad son cada vez más visibles, gracias a las posibilidades de comunicación. Sin embargo a la hora de la realidad, se puede comprobar en las concentraciones, el apoyo resulta menor de lo esperado. Los medios engrandecen los conflictos, nos hacen creer que nos podemos enfrentar a gigantes. Es un espejismo. Hecho en falta una estrategia a futuro. Espero que se pueda superar esta situación y plantear una educación en patrimonio con criterio, reflexión y proyección de futuro.
En cuanto al proyecto, procurando ver las partes en contexto general y siendo sintético (lo que puede dar lugar a errores), diría que las intervenciones en la calle Capilla y Mercado son sin duda necesarias. La fase II, la ampliación de aceras del contorno, me parece razonable y asumible para mejorar la accesibilidad y actualizar la usabilidad del contorno pero quizá recuperando y adaptando el pavimento existente y conteniendo las formas (aceras paralelas a las fachadas) y repensar la acera delante de los soportales, que resulta contradictoria. Sin embargo el núcleo de la intervención (Fase III), no comparto la solución por diversos motivos.
Más allá de si es hormigón o no, me preocupa que se plantee generar una base más resistente para el paso de vehículos esporádico o no y que utiliza la accesibilidad como excusa para facilitar cenadores o similares. Se va a mantener el aspecto de la plaza, pero abre vías a que se convierta en cualquier otra plaza del casco histórico, aumentando la rentabilidad económica e ingresos a costa de alterar el legado con un falso histórico.
Lo que sustenta el valor de esta plaza no es tanto la actual colocación de piedras, sino la técnica que la generó. Soy favorable a una evolución y adaptación de la técnica tradicional, sirva como base aquella de 1989, pero sin propiciar que el soporte sea alterado de esta manera.
Los concursos de arquitectura es una herramienta asumida por organismos y opinión pública como garante de independencia, calidad y participación. Esa es la teoría, y seguramente la práctica en según en qué ámbitos. Un concurso de ideas para un entorno tan complejo como este, resulta una herramienta limitada, si no viene apoyada como he indicado al comienzo en unas bases consensuadas. Sobre la hacendera propuesta no soy partidario en este caso. Los trabajos en patrimonio son delicados y precisan de garantias en muchos aspectos. Deben de contar con profesionales y colaboradores debidamente remunerados, solo así podremos consolidar a los mismos de cara al futuro. Reconozco la buena intención, pero una vez más la emergencia secuestra la posibilidad de la reflexión. El ahorro debe de ir en otros capítulos.
A los arquitectos nos falta, y me dirijo a aquellos especialistas en patrimonio, explicar de una manera didáctica y dialogante todo lo que sabemos y porque lo hacemos. También saber escuchar, participar y trabajar con los usuario. Un plano no es el único ni mejor medio para comunicarnos.
Miguel Díaz Rodríguez