Viajar en El Hullero, al menos para los que fuimos niños en León capital tiene una conexión dulce con el pasado, con alguna excursión a La Vecilla, a Aviados o a Cistierna, o a tantos otros pueblos de las miles de paradas que es capaz de efectuar. Es uno de esos trenes con memoria, algo casi recíproco, ya que seguro que el tren es capaz de recordar a sus viajeros, a sus paisajes, a sus viajes, a sus vidas… Son lugares donde se encuentra la dignidad de las cosas sencillas, donde una bolsa buena del El Corte Inglés, de la caja de ahorros o de la zapatería de turno, sirven de maleta, y ocupan asiento en el tren.
“Éste es un tren de campesinos viejos / y de mineros jóvenes. Aquí / hay algo desconocido. // Si supiésemos qué, algunos de nosotros / sentiríamos vergüenza, y otros esperanza. / Se está haciendo de día. Ya / veo los montes dentro de la sombra, / los robles, del mismo color del monte, / la yerba vieja, sepultada en escarcha, / y el río, azul y silencioso / como un brazo de acero entre la nieve. // Cruzan los pueblos de sonido humilde: / Pardavé, Pedrún, Matueca…”.
Pero un tren, es un medio del transporte, si quiere seguir funcionando y quiere seguir funcionando necesita viajeros, necesita inversiones, necesita necesidad de desplazarse… Sino de poco valdrá la memoria para mantenerlo. Y creo que en muchas ocasiones cometemos el error, por buena voluntad de querer mantener un ferrocarril, en base a los recuerdos de una época que ya no existe. No salen las cuentas, ni aún metiendo en la cuenta factores que no sean económicos. Por supuesto, que otro gallo cantaría si despegáramos la piel del asiento del coche, pero eso es un nudo gordiano para el que no tengo respuesta ni tiempo vital para encontrarla.
En este caso, el objetivo que encomendé al Hullero fue visita el Museo del Ferroviario de Cistierna, para cerrar el círculo, y ya de paso recordar una albóndigas «tamañopelotadetenis» que de niño comimos en el Restaurante Moderno de Cistierna.
Es un museo pequeño, aprovechando como tantos otros del trabajo de extrabajadores, de herramientas, de espacios, etc que algún momento fueron esencial. Son museos estupendos, donde lo que hay en las vitrinas es lo que es: billetes, manuales de la compañía, tornillos, herramientas, etc.
A destacar el nuevo espacio que han habilitado en los talleres. Dicho esto un museo ferroviario en una estación, es un trabajo relativamente sencillo para lograr que sea lo suficientemente atractivo para los visitantes, si efectivamente ha llegado más o menos ese conjunto, esa «pequeña ciudad» que son las estaciones.
Pero quizá lo más interesante es pasearse por los alrededores, fuera de las estaciones sobre todo de aquellas grandes o importantes como Cistierna. Aparecen chimeneas, vías ocultas, galpones, vagones, puentes de hierro, etc. Un mundo por explorar.
Cerca de Cisiterna, en La Ercina, hay un museo en un bar, que antes fue escuela. Un museo puesto ahí por gentes que trabajaron en la mina, y que han ido recogiendo recuerdos, testimonios. Pese a ser León en verano, una provincia mucho más interesante en lo rural que en lo capitalino o metropolitano (no digamos), estaba cerrado, y tampoco pareció oportuno perturbar el descanso veraniego. Habrá que volver con un tiempo más recogido, sin embargo esto es lo que se atisba desde las ventanas.
También quedó pendiente el «museo-bar» ferroviario de Palacios de Vadellorma. Lo que está claro que parece ser esta una comarca de museos, de memoria… de esa memoria que en León se cuenta tan bien. Parece que lo próximo viene con galones.